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martes, 24 de marzo de 2020

en tiempos de confinamiento

Acontece que, cuando no lo esperas, paras. 

Pero no es una situación deseada. Esto es, no se trata de ese deseo que te asalta cuando, en momentos de estrés por acumulación de trabajo o cualquier otra circunstancia, anhelas detenerte. Ahora no.

Ahora te ves inmerso en la paz de tu casa, encerrado, por razones varias. Sumas horas y minutos, razones y pensamientos. Lecturas. Y también escuchas música, y esta última te permite recordar otras situaciones, otros momentos, te permite viajar. La música es medicina para nuestro ser y existir.

Y en estas que recibo un video que ha sido tomado hoy en la carretera que discurre por las marismas de Santoña, y que viene acompañado por la 'nocturne' de Chopin (opus 9 nº2  in E flat major). Una bella melodía que rompe la quietud que existe a estas muy tempranas horas de la mañana y que me remite uno de esos amigos que a mi me gusta reconocer como 'de vena', porque siempre han estado, están, y ahí estarán. La vida no permite que pueda éste detenerse en estos momentos, pero al menos le regala la visión de un paraje excepcional en los albores del día. Y él sabe bien aplicarle, de forma inteligente, una pieza musical que realce la belleza que sólo él ahora disfruta.

Y este regalo me ha hecho viajar. Apenas con un simple cerrar de ojos me he visto caminando en una de las más hermosas playas que conozco, con la marea bajada, una escasa brisa propia de las primeras o últimas horas de un día cualquiera. Necesitaba verme acompañado por otra pieza que, a ese nivel, sirviera a este disfrute, y he pensado en las 'variaciones Goldberg' de Bach. Creo que he acertado. He recorrido sus kilómetros sin apenas notar cansancio, hinchando mis pulmones de aire de mar, que es una de las mayores glorias que ha generado la naturaleza. 

Lástima que un acto tan simple como caminar por una playa nos quede ahora vedado. Esta playa es medicina. Reconstruye por dentro. Serena. Hace tiempo me prohibieron publicitarla de forma alegre, como yo venía haciendo, pues su grado de 'ocupación' en los últimos tiempos sobrepasa el nivel de aceptable. Quién me hizo entrar en razón ejerció su noble arte de enseñar, como realiza a lo largo del curso escolar. Le hice caso. Quizás sea un gesto egoísta. Pero nadie es perfecto.

Y me he preguntado si, al terminar el día, el alargado atardecer por esas mismas marismas, desde el espigón que hacia ellas se adentra, podría verse acompañado por Debussy con su 'claro de luna'. Nos pondría un lazo idílico a este viaje que la música puede llegar a ofrecernos y que nosotros, desde la generosidad de nuestro confinamiento, somos capaces de disfrutarlo.

Y, todo ello, sin salir de casa, sin apenas abrir los ojos.